
La inesperada aparición del Papa Francisco el Domingo de Pascua, tan solo un día antes de su fallecimiento, se convirtió en un emotivo momento final ante el público, mientras saludaba a miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. A pesar de estar en proceso de recuperación tras una grave neumonía y haber delegado la ceremonia principal, el Pontífice salió al balcón central con una voz sorprendentemente firme, desatando aplausos y vítores. Las imágenes lo mostraban en silla de ruedas, acompañado por sus asistentes, pero aún así recorrió la plaza en el Papamóvil, bendiciendo bebés y conectando con los fieles. Este gesto de fortaleza, que ocurrió tras una reunión con el vicepresidente estadounidense JD Vance, reflejaba claramente su resiliencia y su sentido del deber hasta el final.

A comienzos de abril, el Papa también había sorprendido al visitar la Basílica de San Pedro, en un video que circuló rápidamente por las redes sociales. En esas imágenes, se le veía en silla de ruedas y con una cánula de oxígeno, lo que ofrecía una imagen poco común de su vulnerabilidad física. Vestía pantalones negros sencillos y una manta de rayas, en lugar de sus habituales ropajes papales, transmitiendo una imagen de humildad y fragilidad en medio de la majestuosidad del templo. La escena provocó una oleada de reacciones, muchas de ellas de preocupación por su salud, y generó comentarios sobre su atuendo poco convencional.

Los problemas de salud del Papa en los últimos tiempos —incluyendo un episodio de bronquitis y una infección pulmonar grave— fueron seguidos de cerca por millones en todo el mundo. Pasó por hospitalizaciones y tratamientos respiratorios intensivos, mientras el Vaticano publicaba actualizaciones sobre su delicado estado médico. Aun así, nunca abandonó sus responsabilidades: incluso celebró el aniversario de su elección desde su habitación del hospital. Su fuerza respiratoria y movilidad fueron mejorando poco a poco, hasta que finalmente recibió el alta médica.


Ya de regreso en Casa Santa Marta, el Papa continuó su recuperación con sesiones de fisioterapia y una paulatina disminución en el uso de oxígeno suplementario. Se mantenía animado, retomando su labor y recibiendo visitas destacadas, como la del rey Carlos III y la reina Camila. No obstante, persistía la incertidumbre sobre su participación en los oficios de Semana Santa, y desde el Vaticano anunciaron que las decisiones se tomarían “acto por acto”. Para el Domingo de Ramos, fue el cardenal Leonardo Sandri quien presidió en su lugar, un reflejo de los ajustes necesarios debido a su estado de salud.
El contraste entre su frágil condición física y su firme compromiso con su misión dejó una profunda huella. Sus apariciones sorpresivas, tanto en Pascua como a principios de abril, fueron prueba de su amor por su comunidad, incluso mientras su cuerpo le fallaba. Las reacciones en línea, que iban desde la preocupación hasta la admiración, demostraron cuánto impactaba al mundo. Así, sus últimos días estuvieron marcados por una conmovedora expresión de fe y entrega, dejando una impresión imborrable en quienes siguieron su papado.